OXFORD
Oxford se encaja en una hondonada
riberas del Támesis con sus 24 colegios numero áureo (para honra de la
sapiencia y el consejo de los 24 ancianos del Apocalipsis) las torres de
cuarenta cúpulas de capillas e iglesias desperdigadas. Había ya en el año 72
cuando la visité muchas bicicletas. Se veían ciclistas luciendo sus togas y el
birrete plano encajado sobre las orejas de los dómines. Soplaba la brisa otoñal
y se escuchaba la dulce sonería del carillón de la torre de Fairfax. La docta
ciudad me recordaba a Alcalá aunque la universidad complutense sea más antigua
— de hecho la complutense recibió la antorcha del Studium de Palencia que data
del siglo XII— pero Oxford es más atlética. Porque desde su fundación se
propuso la formación del hombre integral. Tan importante es allí escanciar con
sabiduría los yambos y espondeos de la Eneida como saber remar. La educación
del alma es un pretexto para la creación de una elite que dirigió los designios
de Inglaterra durante siglos. Sus aulas fueron una fábrica de escritores,
políticos, economistas, oradores, militares, obispos. Llama la atención el
sistema libre de enseñanza el tono entre laico que rinde culto a la paganía el
sólido patriotismo y la concepción anglicana del cristianismo. Cada colegio
estaba presidido por el decano (deán) a la cabeza de los masteres (magistri)
que se encargaban a su vez de los tutores (prefectos, por lo general
estudiantes repetidores) y los pupilos (pupils) o escolares (scholars)
becarios. Todos viviendo en camarillas o habitaciones independientes –con
frecuencia los estudiantes ricos llevaban consigo su propia servidumbre; eran
los criados o “servitores” que eran admitidos a las clases como oyentes y
algunos de ellos recababan el grado o titulación al tiempo que sus amos, según
la vieja costumbre medieval.-
Cada alumno tenía la obligación al
levantarse a las cinco de la mañana en invierno y a las seis en verano de
barrer el cuarto y asistir a las preces o servicio religioso de la comunidad. Y
de oír al menos la lección de un catedrático. Otro acto obligatorio era el
refectorio. La cena única comida del día, salvo la primera colación del
desayuno o breakfast, se tomaba a las cinco de la tarde. Se recogían a las
nueve de la noche cuando tañía la campana de la torre de Fairfax con el aviso
de retreta. Los alumnos que llegaban tarde eran penalizados con multas, o
limpiar las letrinas e incluso podían ser expulsados del college temporalmente
o a perpetuidad. Gravísimo atentado era llevar mujeres a la “colmena" o
beehive que es como denominaban los pupilos oxonianos el aposento. Eran
tradición las novatadas con los escolares primerizos y emborracharse de vez en
cuando no estaba mal visto. En mis años de Oxford me sentí como en casa,
situado en el epicentro de Europa porque sus aulas eran un oasis de libertad y
de tolerancia. Sin embargo, al socaire de las mentalidades misóginas en la edad
media, muchos de los profesores “dons” no se casaban y el ingreso en la
universidad estuvo vedada a las féminas hasta bien entrado el siglo 19. otrosí,
el romanticismo y esa limpieza de corazón que son otro de los atractivos del
carácter británico, los poetas de Oxford — Coleridge, Byron, Wordsword,
Fielding y muchos más colocaron a la mujer en un pedestal. Cantaron a aquellas
cándidas vírgenes de piel de nácar, ojos verde prado, y sonrisa angelical,
bellas igual que madonas y cuya voz es música cuando hablan, y que asisten a
las carreras de caballos de Epson luciendo pamelas que parecen cestos y
ridículos sombreros floreados. Me enamoró Inglaterra nación de contrastes donde
cada uno va a su bola y pocos se preocupan de qué dirán. Oxford no memoriza,
enseña a pensar cada uno por cuenta propia. Siempre será un paraíso para los
que soñamos en un Europa como el paraíso del humanismo y de la cultura clásica.
Soplaban por aquellos días vientos abregos de libertad. Actualmente al cambiar
de rumbo las veletas nos azota el rostro el Aquilón de la intolerancia y el
fanatismo. El Islam creo que jamás se encontraría a gusto en sus aulas porque
esta universidad inglesa cuna del pensamiento occidental nada tiene que ver con
la intolerancia. Cambridge por su parte se presenta con otra fachada de
ciencias exactas y de cultura matemática.
El año escolar se estructuraba
en trimestres (quarters) siguiendo el
calendario litúrgico romano: Michaelmass= otoño; Crismas= navidad= Navidad ; Candlemass=
las Candelas; Easter= Pascua. Y Whitsun= Pentecostés, trimestre final, época de
exámenes.
Los títulos se impartían en el
salón de grados o paraninfo en la fiesta de san pedro petermass 29 de junio.
Amantes de la traición los ingleses conservaron esta tradición de índole
católica tras el cisma de Enrique VIII.
lunes,
22 de agosto de 2016
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